16 de enero de 2009

Bautismo en el Espíritu y vida sexual



Como bien saben se está llevando a cabo el Encuentro Mundial de las Familias. El P. Raniero Cantalamessa ofreció el miércoles 14 la Conferencia inaugural. Además de ser el Predicador Pontificio, El P. Cantalamessa es carismático. Algunos de nosotros hicimos la CONVIVENCIA CON LA SAGRADA FAMILIA y algunos recordarán que hay una contemplación en la que se habla de la unión sexual -ungida por el Espíritu- como posible vehículo de la unión con Dios y se hace una oración especial delante del Santísimo Sacramento expuesto para pedir una especial efusión del Espíritu.
El P. Cantalamessa habló en términos muy similares a los que ya viene proponiendo nuestra escuela de Convivencias desde hace mucho tiempo. Les paso la última parte de su conferencia. La pueden encontrar completa en ZENIT ¡Estar casado es una gracia!


"Las relaciones y los valores familiares según la Biblia"
Congreso Teológico-Pastoral
de preparación al VI Encuentro Mundial de las Familias
Ciudad de México, 14 de enero de 2009
P. Raniero Cantalamessa

Un ideal que hay que redescubrir

No menos importante que la tarea de defender el ideal bíblico del matrimonio y de la familia es la tarea de redescubrirlo y vivirlo en plenitud por parte de los cristianos, de manera que se vuelva a proponer al mundo con los hechos, más que con las palabras.


Leamos hoy el relato de la creación del hombre y de la mujer a la luz de la revelación de la Trinidad. Bajo esta luz, la frase: "Creó Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó", revela por fin su significado, que había sido enigmático e incierto antes de Cristo. ¿Qué relación puede haber entre ser "a imagen de Dios" y ser "macho y hembra"? El Dios bíblico carece de connotaciones sexuales; no es ni varón ni mujer.

La semejanza consiste en esto. Dios es amor y el amor exige comunión, intercambio interpersonal; requiere que haya un "yo" y un "tú". No existe amor que no sea amor por alguien; donde no hay más que un sujeto no puede haber amor, sino sólo egoísmo o narcisismo. Allí donde Dios es concebido como Ley o como Potencia absoluta, no hay necesidad de una pluralidad de personas (¡el poder se puede ejercer también solos!). El Dios revelado por Jesucristo, siendo amor, es único y solo, pero no es solitario; es uno y trino. En Él coexisten unidad y distinción: unidad de naturaleza, de voluntad, de intención, y distinción de características y de personas.

Dos personas que se aman -y el caso del hombre y la mujer en el matrimonio es el más fuerte- reproducen algo de lo que ocurre en la Trinidad. Allí dos personas -el Padre y el Hijo-, amándose, producen ("exhalan") el Espíritu que es el amor que les une. Alguien ha definido el Espíritu Santo como el "Nosotros" divino, esto es, no la "tercera persona de la Trinidad", sino la primera persona plural [10].

En esto precisamente la pareja humana es imagen de Dios. Marido y mujer son en efecto una carne sola, un solo corazón, una sola alma, aún en la diversidad de sexo y de personalidad. En la pareja se reconcilian entre sí unidad y diversidad. Los esposos están uno frente al otro como un "yo" y un "tú", y están frente al resto del mundo, empezando por los propios hijos, como un "nosotros", casi como si se tratara de una sola persona, pero ya no singular, sino plural. "Nosotros", o sea, "tu madre y yo", "tu padre y yo".

En esta luz se descubre el sentido profundo del mensaje de los profetas acerca del matrimonio humano, que por lo tanto es símbolo y reflejo de otro amor, el de Dios por su pueblo. Esto no significaba sobrecargar de un significado místico una realidad puramente mundana. No era cuestión sólo de simbolismo; era más bien revelar el verdadero rostro y el objetivo último de la creación del hombre varón y mujer: el de salir del propio aislamiento y "egoísmo", abrirse al otro y, a través del éxtasis temporal de la unión carnal, elevarse al deseo del amor y de la alegría sin fin.

¿Cuál es la causa de la inconclusión y de la insatisfacción que deja la unión sexual, dentro y fuera del matrimonio? ¿Por qué este impulso cae siempre sobre sí mismo y por qué esta promesa de infinito y de eterno resulta siempre decepcionada? Los antiguos acuñaron un dicho que plasma esta realidad: "Post coitum animal triste": como cualquier otro animal, el hombre después de la unión carnal está triste.

El poeta pagano Lucrecio dejó, de la frustración que acompaña cada copulación, una descripción despiadada que en un Congreso para esposos y para familias no debería resultar escandaloso oír:

"Se estrechan ávidamente al cuerpo y mezclan la saliva
boca a boca, y jadean, apretando los labios con los dientes;
pero en vano; porque no pueden arrancar nada,
ni penetrar y perderse en el otro cuerpo con todo el cuerpo" [11].

A esta frustración se busca un remedio que no hace más que acrecentarla. En lugar de modificar la calidad del acto, se aumenta su cantidad, pasando de un partner a otro. Se llega así al estrago del don de Dios de la sexualidad, en marcha en la cultura y en la sociedad de hoy.

¿Queremos, de una buena vez, como cristianos, buscar una explicación a esta devastadora disfunción? La explicación es que la unión sexual no se vive en el modo y con la intención pretendida por Dios. Este objetivo era que, a través de este éxtasis y fusión de amor, el hombre y la mujer se elevaran al deseo y tuvieran una cierta pregustación del amor infinito; recordaran de dónde venían y a dónde se dirigían.

El pecado, empezando por el de los bíblicos Adán y Eva, ha atravesado este proyecto; ha "profanado" ese gesto, o sea, lo ha despojado de su valor religioso. Ha hecho de él un gesto que es fin en sí mismo, concluso en sí mismo, y por ello "insatisfactorio". El símbolo ha sido desgajado de la realidad simbolizada, privado de su dinamismo intrínseco y por lo tanto mutilado. Jamás como en este caso se experimenta la verdad del dicho de Agustín: "Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti".

Incluso parejas creyentes tampoco llegan a reencontrar -a veces más que las otras- esa riqueza de significado inicial de la unión sexual a causa de la idea de concupiscencia y de pecado original asociada a tal acto durante siglos. Sólo en el testimonio de algunas parejas que han tenido la experiencia renovadora del Espíritu Santo y viven la vida cristiana carismáticamente se encuentra algo de aquel significado original del acto conyugal. Aquellas han confiado con estupor -a parejas de amigos o al sacerdote- que se unen alabando a Dios en voz alta, o incluso cantando en lenguas. Era una experiencia real de presencia de Dios.

Se comprende por qué sólo en el Espíritu Santo es posible reencontrar esta plenitud de la vocación matrimonial. El acto constitutivo del matrimonio es la donación recíproca, hacer don del propio cuerpo (o bien, en el lenguaje bíblico, de todo uno mismo) al cónyuge. Al ser el sacramento del don, el matrimonio es, por su naturaleza, un sacramento abierto a la acción del Espíritu Santo que es por excelencia el Don, o mejor, la Donación recíproca del Padre y del Hijo. Es la presencia santificadora del Espíritu aquello que hace del matrimonio un sacramento no sólo celebrado, sino vivido.

Dar espacio a Cristo en la vida de pareja es el secreto para acceder a estos esplendores del matrimonio cristiano. De hecho es de Él de quien viene el Espíritu Santo que hace nuevas todas las cosas. Un libro del obispo Fulton Sheen, popular en los años cincuenta, inculcaba todo esto en su título: "Tres para casarse" [12].

No hay que tener miedo de proponer a algunas parejas de futuros esposos cristianos, particularmente preparadas, una meta altísima: la de orar un poco juntos la noche de bodas, como Tobías y Sara, y después dar a Dios Padre la alegría de ver de nuevo realizado, gracias a Cristo, su proyecto inicial, cuando Adán y Eva estaban desnudos uno frente al otro y ambos ante Dios, y no se avergonzaban.

Termino con algunas palabras tomadas, una vez más, de El zapato de raso de Claudel. Se trata de un diálogo entre la protagonista femenina del drama, que combate entre el miedo y el deseo de rendirse al amor, y su ángel custodio:

- Entonces, ¿está permitido este amor de las criaturas, una hacia otra? ¿Dios no tiene celos?
- ¿Cómo podría estar celoso de lo que ha hecho Él mismo?
- Pero el hombre, en brazos de la mujer, olvida a Dios...
- ¿Se le olvida estando con Él y siendo asociados al misterio de su creación? [13]